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En El Guapo, rondaba "Matacán"





En El Guapo, se asumía como verdad que, cuando aparecía entre los breñales de estos contornos el venado mal encantado llamado Matacán, sucedía algún acontecimiento funesto en la comarca.

Se dice que un venado endiablado fue visto por muchos lugareños en el curso del siglo pasado muchas veces. Apareció mostrando sus cuernos amarillos y sus pezuñas negruzcas días antes de la batalla de 1903; antes de la epidemia disentérica de 1912, antes de la gripe española de 1918 y antes de la inundación de 1928.

En efecto, el periodista Juan de Dios Sánchez, interpretando la leyenda; la querencia telúrica y la magia, que pretende realizar cosas que superan las leyes naturales, escribió en La Voz de Guarenas, el 29 de abril de 1995, sobre dicho venado gigantesco, de ojos color candela que tenía sus dominios en las inmediaciones de El Guapo.

Así lo dijo Carlos Alfredo Rojas, dueño de una casa de comercio en San Fernando de El Guapo, en los años cuarenta: viniendo, en ruta de cacería, por la orilla de la quebrada Batatal, como quien va para el caserío La América, teniendo a la vista la Fila de Agua Blanca, vi frente a mí en un recodo del camino a un venado gigantesco, de cara borrosa, casi negra, que mostraba caramera múltiple y grande, al verlo no dudé, apunté la escopeta, con mucha calma, porque el animal parecía haberse dado cuenta de mi presencia, con cuidado y seguro de no fallar el tiro saboreando el dulce cosquilleo del placer de la caza, tiré el gatillo y el disparo llenó de ecos sonoros el paisaje, pero el venado no se movió. Estaba seguro de no haber fallado y aunque me extrañó muchísimo que el animal no huyera por el disparo, apunté de nuevo y disparé. Sucedió lo mismo y el venado apenas si movió ligeramente su cabeza. No sabía qué hacer, el animal permanecía allí, me acerqué más y apenas separados por unos diez metros, apunté con sumo cuidado y atención, y disparé. No se movió el venado y me acerqué más aún, tanto que casi podía ver abrir y cerrarse su nariz. Apunté y disparé, pero como única respuesta vi salir de sus ojos como chorro de candela mientras todo el ambiente se llenaba de un ruido espantoso, como venido del fondo de la tierra. El venado había bramado y ante mis ojos aterrados y casi desorbitados, lo vi crecer y crecer. Apenas logré salir del pánico para echar a correr, porque el venado se abalanzaba sobre mí. Corría y corría con un miedo terrible, cegado mis pensamientos. Sólo sentía sus pisadas, cada vez más fuertes y formidables, estremeciendo el suelo detrás de mí, como pude me subí a un árbol y el venado me pasó al lado, como una tromba destrozándolo todo, y dejando olor a azufre y a almizcle que no he podido olvidar. Cuando desperté en la Sierra Bachiller supe que en ella, vive Matacán, y sus ojos de candela, su olor a mezcla de azufre y almizcle, sigue aterrando a quienes tienen la mala suerte de encontrarlo.

A propósito de este curioso incidente, los habitantes de estos lugares, sintieron temor; otra cosa no podía esperarse de ellos por ser primitivos y supersticiosos, ante la presencia de dicho animal bramando, al cual los lugareños llamaban Matacán, el venado endiablado. Este hecho era anunciador de que algo catastrófico iba a suceder en la comarca. Se acercaban enfermedades contagiosas, sembrando la muerte, o bien un terremoto o una inundación, destruyendo vidas, viviendas, cacaotales y caminos vecinales.

Sin lugar a dudas, Matacán era “un bicho malo”; el mismísimo demonio con patas negras y poca colorada. Tres días después que asustó a Faustino Martínez, comerciante de la comarca, Matacán pasó por el vecindario El Guapito y se metió lentamente en la casa de José Catamo. Allí se comió un racimo de cambur maduro que estaba guindado en un rincón y después evacuó el vientre frente a la entrada de la casa y orinó una mata de cayena que adornaba el jardín con sus vistosas flores rojizas. Lo cierto es que, pasados unos días, la bonita cepa de cayena estaba achicharrada.

Para rematar la mala fama de Matacán, se afirma también que, ese ciervo malvado, cuando miraba a los niños insistentemente, éstos morían de una extraña enfermedad. Dicen que el sacerdote Francisco González (Padre Paco), Párroco de Río Chico, en 1954 roció los breñales que frecuentaba Matacán con agua bendita, y éste se fue para no volver. Poco a poco de difundió la estupenda y gratísima noticia de que: el monstruo conocido Guapo Arriba con el antiquísimo nombre de Matacán; había huido a lugares profundos y lejanos, para no regresar jamás. ¡Qué felicidad!


Leyenda tomada del libro “Las Raíces de El Guapo”, de Amado Cornielles (2007)
Luis Enrrique Díaz (2016)

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