DOMINGO DOMÍNGUEZ
EL TELEGRAFISTA DE EL GUAPO
Domingo
Temístocles Domínguez Mureche, nació en Cúpira el 20 de julio de 1.934. Hijo de
Pedro Domínguez, oriundo de San José de Barlovento y de Martina Mureche, de Cúpira.
Es el segundo de cinco hermanos: Antonio, Miguel, Juan Ignacio y Cruz.
Llegaron
a El Guapo después de una larga travesía en burro desde Cúpira; fueron
recibidos por el Sr. Juan Rebolledo, amigo de Pedro Domínguez, quien confundía
la carga del animal con mercancías para la venta, tratándose realmente de las
cajas que contenían a dos de los hermanos Domínguez. Se residenciaron en el sector
Bajo Seco, a orillas del Río Guapo.
Luego
de la muerte de su madre, cuando aún era muy pequeño, una tía paterna que vivía
en Panaquire ayudó en la crianza de Domingo, siendo éste su nuevo lugar de
residencia. Estudió en la Escuela Primaria José Nicomedes Marrero, mientras crecía
el interés por el trabajo que se hacía en la oficina de telégrafos del pueblo.
El
telegrafista de Panaquire le regaló un “sonante”, instrumento utilizado para
enviar telegramas y Domingo lo hacía sonar aprovechando los pocos conocimientos
que tenía sobre su uso para sorprender a las muchachas del pueblo donde vivía. El
mismo encargado de la oficina de telégrafos le sugirió que estudiara lo
necesario para ser un verdadero telegrafista y lo fue enseñando con el pasar
del tiempo.
Comenta
el mismo Domingo, que mientras aumentaban los conocimientos sobre el trabajo de
la Oficina Telegráfica, algunas veces utilizaba los equipos sin autorización de
los encargados para enviar mensajes a cualquier persona, éstos respondían
rápidamente y al no entender completamente lo que querían responderle, les
transmitía cualquier disparate que se le ocurriera. Esto ocasionó severos
regaños, sin embargo, no cesó el interés que tenía por los telegramas.
Comenzó
a trabajar en Panaquire como mensajero mientras se preparaba profesionalmente,
en poco menos de tres años logró culminar sus estudios y en el año 1.953 recibe
su primer nombramiento; por disposición de Marcos Pérez Jiménez, Presidente de
la República.
Se
desempeñó inicialmente como telegrafista en Panaquire, al poco tiempo fue
transferido a Aragua de Barcelona y luego a otras ciudades como Río Chico e
Higuerote. En el año 1.956 solicita ser trasladado para la oficina telegráfica
que funcionaba en El Guapo, que atendía el telegrafista Jesús Ruíz, oriundo de
Curiepe, a quien reemplazó en el cargo de Jefe de Telégrafo.
Esta
oficina funcionaba principalmente en la casa del Sr. José Rafael Álvarez,
frente a la Plaza Bolívar, luego fue trasladada a la Calle El Carmen, en el
sector Pueblo Abajo de El Guapo, en la casa del Sr. Toribio Hidalgo y
finalmente a los espacios de la Junta Parroquial, nuevamente frente a la Plaza
Bolívar.
Menciona
Domingo que, cuando faltaba el servicio eléctrico y era urgente enviar
telegramas improvisaban generadores con copas llenas de agua, sulfato de cobre
y sulfato de zinc, produciendo entonces la energía necesaria para el
funcionamiento de los equipos. Desde El Guapo se comunicaba a cualquier parte
del país, mayormente a Caracas y otras ciudades cercanas como Higuerote, Río
Chico, Machurucuto y Barcelona.
El
código utilizado para la transmisión del mensaje telegráfico era la emisión de
sonidos establecidos por el “Sistema Alfabético de Morse”, “Código Morse” o “Clave
Morse”, sistema de representación de letras y números mediante sonidos emitidos
de forma intermitente, lo que llamaba la atención a Domingo desde muy joven.
El
servicio se prestaba a todo el público, quienes solicitaban el envío de
telegramas y cancelaban por ello al telegrafista, quien contabilizaba las
palabras y cobraba alrededor de Bs. 1,25 por un mensaje de veinte palabras y
duplicaba su costo si el envío se requería urgente, siendo ésta la primera
palabra del telegrama.
A finales
de 1.978 se crea el Instituto Postal Telegráfico (IPOSTEL) y con los avances
que ya venían en materia de comunicaciones el servicio de telegramas fue quedando
sin uso o descontinuado, integrando al trabajo equipos de radio y telefónicos
para la transmisión de mensajes y comunicados.
Domingo
Domínguez, fue jubilado por el Ministerio de Comunicaciones como telegrafista
en el año 1.983, a los 30 años de servicios. Conoció a su esposa, la Sra.
Lourdes Ortuño, en el mes de mayo de 1.974 y al mismo tiempo se unió a la
Iglesia Evangélica Luz y Vida, de la cual fué Pastor hasta la hora de su muerte, con más de 45
años al servicio de Dios y su Iglesia. Partió a la paz del señor el 14 de junio de 2020, acompañado de su familia, en su vivienda en la Calle Padre
Zaldívar de El Guapo y aún por ahí se conserva aquel “sonante” que le regaló el
telegrafista de Panaquire cuando era joven, acompañado de fotografías y un
sinfín de recuerdos y anécdotas sobre su trabajo como “Telegrafista de El Guapo”.
"Sonante" |
Luis
Enrrique Díaz
Junio 2020
El día de su partida, Luis Alberto Hernández (Tico), escribió:
EL ADIOS AL ÚLTIMO TELEGRAFISTA DE EL GUAPO
No por telegrama, sino por las modernas redes sociales que arropan el panorama del mundo de hoy, me acabo de enterar de la muerte de Domingo Domínguez, el último telegrafista de El Guapo. Un pueblo donde a pesar que ya no existe el telégrafo y la luz se va todos los días, sus hijos se se siente orgullosos de haber nacido o criado en ese terruño.
Nacido en el caserío Bajo Seco, aguas arribas del río Guapo, se residenció en El Guapo. Tengo vagos recuerdos de su padre, vistiendo la tradicional prenda de un liqui liqui gris y un sombrero pelo e´ guama, girado de medio lado en su cabeza. De sus hermanos conocí a Ignacio y a Miguel.
Fue con Ignacio que aprendió el funcionamiento del telégrafo y los secretos de la clave Morse. Una forma de comunicarse mediante señales eléctricas de puntos y líneas con significados predeterminados. Esa era la forma de enviar mensajes, cuando ni siquiera se vislumbraba la aparición de las redes sociales del mundo de hoy. Primero desempeñó su función como telegrafista en Boca de Uchire, allí contrajo matrimonio con una Señora de nombre Gladys Castellanos, con la que tuvo 3 hijos. Con Ana Molina procreó a Sudvia y 2 hijos con su última pareja Lourdes Ortuño.
Al irse su hermano, en la década de los 60, a Caracas a cumplir sus funciones como telegrafista, le corresponde a Domingo asumir esa responsabilidad en El Guapo, motivo de orgullo y de cierta jerarquía social en un pueblo de pequeños agricultores y comerciantes.
En muchas oportunidades llevar el telegrama significaba momentos de alegría, por ejemplo, informar sobre el nacimiento de un niño, la pronta llegada de un familiar, el éxito de una negociación, como era lo que con frecuencia llevaba a Benito Hernández, principal hombre de negocios de El Guapo, en sus intercambios comerciales con la Casa Boulton o la Blhom. Pero también infaustas noticias sobre la muerte de un familiar. Esa labor era la del telegrafista del pueblo, cumplida a cabalidad por Domingo Domínguez.
Muchas anécdotas tengo en lo personal de Domingo Domínguez. Recuerdo cuando, con frecuencia semanal, acudía al botiquín o Bar El Guapo de mi padre Antonio Hernández Correa. Ese negocio, perteneciente a mi papá y aún funcionando, desde mediados de la década de los 50, fue el lugar exclusivo para que los habitantes del pueblo compartieran sus penas, pero también sus alegrías. Desde temprana edad, con 6 años, cuando apenas aprendí a sumar, gracias a las enseñanzas de mi tía Evelia Correa, maestra de muchos profesionales de El Guapo, ya tenía la responsabilidad de quedarme cuidando el negocio, cuando mi padre salía a hacer sus diligencias. Allí vi hombres llorando sobre la vieja rockola seeburg, por un desamor o bailando sólo frente a ella por una aceptación amorosa o por simple alegría.
Allí estaba yo, cuando Domingo tomaba el día de disfrute. Era común que se pusiera su mejor pinta, como casi nadie lo hacía en El Guapo. Con flux y corbata se presentaba al botiquín, para tomarse la popular media jarra polar, un envase con capacidad para 2 vasos y medio de la espirituosa bebida, que consumía aceleradamente el querido huésped. Al poco rato ya la elegante corbata comenzaba a perder su compostura. La refinada camisa blanca que llegaba planchadita, con real evidencia de haber sido estirada con almidón de yuca, presentaba sus arrugas y el sudor de su dueño. El hermoso pantalón también expresaba signo de descomposición, el famoso cierre o cremallera ya permanecía abajo, por la cantidad de veces que debía ir al baño, como efecto de la cantidad de cerveza consumida.
Mientras tanto en la vieja rockola seeburg, se reproducían insistentemente canciones de Daniel Santos, Ausencia, Linda, La Pared etc., y él tarareaba insistentemente esa última: esa maldita pared yo la voy a tumbar algún día. Me insistía “monito” métele 1 bolívar a la rockola y márcame 5 veces C3, que era el lugar que permitía la selección de La Pared. Ese diminutivo de mono o monito, lo heredamos del apodo de mi padre a quien desde niño le decían mono bravo, por sus rasgos físicos, blanco con el pelo amarillo enrollado y duro, expresión clara del mestizaje entre una mujer blanca y un mulato.
Cuando sonaba por enésima vez la famosa pared, ya Domingo Domínguez no era el mismo de presencia elegante que había llegado. Ya el dinero se le había agotado y entonces era la hora del fiado. Recurría a numerosas artimañas para garantizar que yo le fiara en el negocio y pudiera él seguir deleitándose con la espumosa y oyendo su música preferida al son de la rockola. Allí empezó una promesa. Cuando pases a 3er grado, te voy a regalar un bolígrafo. Luego cuando pases a 4to grado, cuando salgas de sexto. Así sucesivamente, hasta cuando te gradúes de bachiller, después cuando te gradúes en la universidad. Pero el compromiso asumido en el año 1963 no había sido saldado.
El espíritu bebedor de Domingo muchas veces culminaba cometiendo, lo que para esos momentos era considerado como travesuras de borrachos. Ello incluía sustraer una gallina para preparar un sancocho o cuando a Marcelina Cabrera le hurtaron, junto a otros tomadores de la época, una chiva muy querida y la sacrificaron, para que, al calor de la fogata y las cervezas frías, fuera consumida. Fue su propia esposa Gladys castellanos, quien hizo que se descubriera el hecho, al salir gritando por las calles, que en su nevera había una cabeza con cachos, que ella no sabía que era.
Pasaron 50 años, yo tenía mucho tiempo de egresado de la Universidad Central de Venezuela y con mi trabajo estable, cuando Lourdes Ortuño, la última esposa de Domingo Domínguez, me dijo que él quería conversar conmigo, que pasara por su casa. Allí en un pequeño estuche estaba el bolígrafo, marca Parker, prometido. Lo conservo con mucho cariño. El compromiso de la palabra había sido cumplido.
Hace muchos años que Domingo había abandonado las bebidas alcohólicas. Ya jubilado como telegrafista, abrazó con mucho ahínco el evangelio, donde logró hacerse Pastor en El Guapo. Con frecuencia lo observaba con su biblia debajo del brazo, camino al culto. Yo no perdía la oportunidad para recordarle sus anécdotas de la vida mundana, siempre sonriendo aceptaba mis chanzas y comentarios.
Ahora se ha ido una excelente persona, como todo ser humano con sus virtudes y errores, parte de mis recuerdos de la niñez. Se ha ido el ultimo telegrafista de El Guapo.
Puerto Ordaz 14 de Junio de 2020
Excelente, me parece genial que a través de este medio se den a conocer los grandes personaje de nuestro amado pueblo y rendirles homenaje sobre todo si aún viven, excelente iniciativa digna de aplaudir.
ResponderEliminarMe agrada que les haya gustado. Esa es la intención. Seguimos...
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