Cierto es que hablar con nuestros abuelos nos llena el alma de gratitud y de felicidad; sin importar lo difícil o sencillo que ha sido su vida, cada anécdota nos hace valorar más su constancia, compromiso y firmeza ante los hechos que les tocó vivir.
Hoy quiero hablarles de la señora Priscila Antonia Ortuño, habitante nonagenaria del caserío Los Médanos en la Parroquia El Guapo. Nació el 8 de julio del año 1927 en la población de Piñango, pequeño pueblo cerca de San José de Barlovento, y recuerda con cariño a su madre, Demetria y a su padre, Trino, con quienes vivió una niñez feliz y llena de muchos valores que le servirían para toda la vida.
Se casó con Inés Martínez, y con él procreó catorce hijos: Natividad, Ignacia, Seferina, Gregorio, Víctor, Gertrudis, Eusebia, Roberto, Carmen, Cirilo, Silvina, Marleny, Juana y Vicenta. De ellos han nacido muchos parientes que completan cinco generaciones descendientes de Priscila, entre ellos los hijos ya mencionados, además, 100 nietos, 273 bisnietos, 111 tataranietos y 1 cuadrinieto, hasta ahora.
En su memoria vagan muchos nombres, y mientras hablábamos pudo mencionarme algunos familiares, amigos, vecinos y me describió a su maestra en la escuela de La Arenita, aunque no pudo recordar su nombre. Allí aprendió a leer y escribir; recuerda haber asimilado las lecciones del libro de primaria y aunque le gustaba mucho leer no podía hacerlo con frecuencia porque tenía dificultades visuales, condición que le afecta desde muy pequeña y que hoy no le permite ver en absoluto.
Fundó el caserío El Piñal, junto a su esposo y otros vecinos. A fuerza de hacha y machete acondicionaron los espacios para la construcción de sus viviendas y el levantamiento de sus haciendas. Desde muy joven se dedicó al trabajo, especialmente a la agricultura, labores heredadas de sus padres como fuente principal del sustento de sus familias. La señora Priscila hace mención a su lealtad y respeto a sus progenitores, de quienes recuerda con profundo amor la forma en que les crio junto a sus hermanos, sin conocer la malcriadez ni la revelación ante ellos. Indudablemente, fue igual la forma en que ella levantó a su familia, criando a sus hijos con amor y dedicación.
Cuenta con fluidez las veces innumerables que le pidió a Dios un buen esposo, un único padre para sus hijos, hechos que vería materializados a lo largo de su vida. Recuerda también su gusto por las décimas, el canto de alabanzas, coros, aguinaldos, mina y fulías, cualidades por las que muchos le admiraban y pudo compartir con muchos cultores de la zona.
¿Tu quieres que yo te diga un verso? Me preguntó la Sra. Priscila, y antes de yo responder dijo firmemente:
Dame un beso, dame cien, dame el arrullo del beso;
ya que me das todo eso, dame un abrazo también.
Emocionados aplaudimos su elocuencia, y de inmediato hizo otra declamación:
A ti solito te quiero, a ti solito te adoro,
porque tu solito eres la llave de mi tesoro.
Cuando no te conocía pagaba por conocerte,
ahora que te conozco, yo pagaré por quererte, regalada prenda mía.
Con estos versos, de su creación, he podido imaginarme cuantos otros se habrán perdido en su memoria. Ojalá sus hijos le hagan una recopilación para que puedan multiplicarse en actos culturales y otros proyectos de la región.
Le pregunté si recordaba sus andanzas por estos caseríos, especialmente en El Guapo. Me comentó que aquí conoció a muchas personas, entre ellos a Mamá Gregoria, Felipe Correa, la maestra Amelia Ferrer, Inocencio Caraballo, a José Dolores y a su familia en El Níspero. Compartió muchos bailes de joropo, y aunque confiesa que nunca le gustó bailar, en ocasiones echaba un pie a petición de su esposo. Lo de ella era el canto, afirmaba sonriente.
Me comentó también sobre sus dones para sanar mediante oraciones y del conocimiento de la medicina ancestral para curar quebrantos y dolencias. Son muchos los que han acudido ante sus manos, encontrando en ellas el alivio necesario. A pesar de sus daños a la memoria, por los años, continua con estas labores y comparte las recetas para muchos remedios caseros.
Con 98 años mantiene su fe en Dios intacta, a Él encomienda cada día su familia. Conversa con frecuencia sobre las escrituras sagradas y procura el respeto eterno a Jesucristo. Comenta que, durante toda su vida, cuando algo necesitaba, se hincaba de rodillas y oraba a Dios por sus necesidades, acto suficiente para mantenerse firme y conseguir su gracia.
Conversamos con ella poco más de una hora, grabamos un material audiovisual que acompañará este escrito en su publicación, el cual espero que puedan ver todos los que alcancen a leer estas líneas. Antes de despedirme, me regaló sus bendiciones y un abrazo muy emotivo, que seguramente recordaré por mucho tiempo.
Gracias, Jorge y José Daniel, por acompañarme; chinito por el apoyo a la idea, Carmen, por el contacto y a la Sra. Marleny por recibirnos en su casa… fue un desayuno con sabor a chocolate que ha quedado plasmado en las páginas de estos papeles.
Luis Enrrique Díaz
20 de Mayo de 2025
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