Romance guapeño en tiempos de guerra.
Luis Enrrique Díaz
En abril de 1903, Juan Vicente Gómez participó en la batalla de El Guapo, enfrentándose a las fuerzas del general Nicolás Rolando. Gómez, al mando de una expedición de 1.500 hombres, desembarcó en las playas de Higuerote, cerca de Río Chico, para hacer frente a la amenaza sobre Caracas. La batalla duró tres días y culminó con la victoria de Gómez.
La batalla de El Guapo, aunque no es tan conocida como otras acciones militares de la época, representó un importante triunfo para Gómez y contribuyó a su ascenso como figura política y militar destacada en Venezuela.
Cornielles (2007), en las páginas de su libro “Las Raíces de El Guapo”, relata acontecimientos ligados al paso del triunfante Gómez por este pueblo; y entre estos, llama la atención un encuentro íntimo con una hermosa guapeña (a quien llama guatura en su relato). Fijándonos en su relato, la historia se contaría así:
Bajo el estruendoso canto de arrendajos, Gómez montó su caballo y dio la orden de marchar hacia El Guapo. La caballería integrada por caballos briosos se puso a la cabeza de las tropas, luego la infantería también tomó el camino real para ir a celebrar la victoria en pleno corazón de la plaza conquistada.
Contaban testigos presenciales, que el lugarteniente del general Cipriano Castro entró a El Guapo erguido, vistiendo una blusa amarilla, un pantalón negro y calzaba unas botas de montar. A su paso entre la gente que salió a recibirlo iba saludando con su acostumbrada seriedad y cortesía. Mas tarde se detuvo a observar cómo en una esquina ardían todavía unos cadáveres y en ese momento vio pasar una y otra vez a una morena clara, quien llamó mucho su atención por su esbelta belleza.
Mientras caía la noche, Gómez pasaba revista de sus tropas en Barrialito, popular barrio situado a las afueras del pueblo de Benito Hernández, y de repente vio una vez más a la hermosa muchacha guapeña, quien sobresalía entre otras damas. El general Gómez y la bella guatura se miraron y, en forma inexplicable, acordaron una cita para la noche. En efecto, el tirano de Los Andes se había enamorado a primera vista de aquella mujer. Mientras estudiaba la estrategia que emplearía para conseguir que aquella mujer le diera “posada al peregrino” no dejaba a un lado la tarea de pasar revista a sus tropas.
Aquella noche tibia, el jayán de La Mulera, recibió la visita de María Hernández, la hermosa, joven y hermosísima guapeña de cabellos sueltos, ojos vivos, boca sensual y senos abultados. Ella, placentera, risueña y provocativa empezó a platicar con el guerrero y dos horas mas tarde, como si la hubieran trasportado al lugar boscoso de la voluptuosidad, le brindó su ardoroso amor, propio de las mujeres nacidas en el litoral caribeño. En ese momento del Gómez lascivo, se veían en el cielo nubes con mucho color de fuego y una lluvia sutil caía sobre las calles del pueblo, dispersando las llamas que hacían arder aquellos cadáveres.
Cerca de la media noche, Juan Vicente Gómez dijo a María: “Otro día será”, y despúes de darle un pellizco en el brazo derecho como muestra de cariño, la acompañó hasta la puerta, para decirle a Eloy Tarazona que la escoltara hasta su casa.
Al día siguiente, recorrió por última vez las calles de El Guapo, con la calidez de la mañana dijo adiós a sus soldados y oficiales caídos en la pelea. Horas mas tarde, los riochiqueños lo vieron pasar en su caballo negro; pensativo, elegantemente vestido, y con su clásico bigote.
El relato anterior hace referencia a un hecho inmerso en uno de los acontecimientos bélicos de este suelo. Antes de transcribirlo, consulté sobre los amores y romances de Juan Vicente Gómez, consiguiendo solo información sobre sus esposas, a quienes identifican como sus “dos relaciones oficiales”: Dionisia Gómez Bello y Dolores Amelia Núñez. Aquí solo una historia, un relato… ligado a la historia de nuestro pueblo.
Consultando “Las Raíces de El Guapo”, de Amado Cornielles (2007)
Luis Enrrique Díaz
Julio 2025
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